Una inmersión profunda en uno de los manuscritos económicos más rompedores del siglo XX.

¿Te has preguntado alguna vez por qué los gobiernos intervienen para estabilizar las economías durante convulsiones como la Gran Depresión o la recesión de 2008? Desentrañar el laberinto del empleo, el interés y el dinero de John Maynard Keynes podría ser la clave. Este manuscrito revolucionario, publicado por primera vez en 1936, aportó conceptos radicales que sacudieron la esfera económica.

En contra de la creencia entonces predominante de que las economías se autocorregían, Keynes propuso que una demanda inadecuada podía conducir a un desempleo elevado y sostenido. En consecuencia, recomendó la intervención del gobierno -por ejemplo, mediante estímulos fiscales- para ayudar a reactivar la demanda.

El manuscrito profundiza en por qué preferimos tener un colchón de efectivo (preferencia por la liquidez), el tira y afloja entre el gasto y el ahorro (utilidad marginal), cómo la demanda dirige la producción económica (principio de la demanda efectiva) y cómo el gasto puede propagarse y vigorizar la economía (efecto multiplicador).

¿Todo esto te suena a chino? ¡No temas! En este Resumen, desmitificaremos estas complejas teorías e ideas, permitiéndote comprender el enfoque pionero de Keynes sobre la economía.

Las teorías económicas clásicas suelen malinterpretar las causas del desempleo

La disección que hizo Keynes de la teoría económica tradicional puso de relieve algunos supuestos básicos de la economía clásica. Profundicemos en su perspectiva:

En primer lugar, los economistas clásicos proponen que el salario de un trabajador refleja el valor que aporta a una empresa. Creen que si una empresa decide no contratar a alguien, la pérdida de la empresa equivale al salario que habría ganado el trabajador. En pocas palabras, creen que el valor de un trabajador para una empresa está directamente correlacionado con su salario.

La segunda presunción de la economía clásica es que el salario de un trabajador es el mínimo por el que aceptaría trabajar. Esto suele verse como un equilibrio en el que la demanda de trabajo se cruza con la oferta.

Pero estos supuestos le sentaron mal a Keynes, ya que pasaban por alto un importante escenario del mundo real: el desempleo involuntario.

Keynes observó que hay situaciones en las que los trabajadores están dispuestos y son capaces de trabajar por el salario actual, pero son incapaces de conseguir un empleo. Los economistas clásicos suelen afirmar que se trata de una forma de desempleo voluntario, ya que suponen que los trabajadores simplemente se niegan a trabajar por salarios más bajos. Creen que el aumento del desempleo durante las recesiones económicas se debe a la reticencia de los trabajadores a aceptar recortes salariales.

Keynes se posicionó en contra de este punto de vista, argumentando que la tasa de paro puede oscilar ampliamente sin que se produzcan cambios correspondientes en las expectativas salariales o la productividad de los trabajadores. Esto sugiere que hay otros factores que influyen en la tasa de paro, factores que la teoría clásica no consigue abordar.

Sostuvo que los supuestos de la teoría clásica no captaban con precisión los entresijos del mundo real, sobre todo en lo que respecta al desempleo involuntario y a la postura de los trabajadores ante los salarios. Su crítica pretendía poner de relieve estas insuficiencias y ofrecer una comprensión más sofisticada del empleo y los salarios.

El tango de la creación de empleo y el gasto de los consumidores

Sumerjámonos de cabeza en el profundo océano de la teoría de Keynes. Ofrece una visión cautivadora de la compleja interacción entre empleo, renta y consumo en una economía.

La renta acumulada de una comunidad -ya sean bienes tangibles o efectivo- es directamente proporcional al número de personas empleadas. Las matemáticas son bastante sencillas: mayor empleo equivale a mayor renta.

Luego nos encontramos con un factor conocido como “propensión al consumo”. Aunque suena complejo, simplemente describe la probabilidad de que las personas gasten sus ingresos. Más dinero suele traducirse en más gasto. Pero, curiosamente, el aumento del gasto no siempre sigue el ritmo del crecimiento de los ingresos. Esta desconexión constituye una pieza crítica del rompecabezas económico.

Entonces, ¿cómo calibran las empresas sus necesidades de empleo? La teoría presenta dos factores cruciales: el gasto previsto de los consumidores y las ambiciones de inversión de la comunidad. Suma estos dos y tendrás la “demanda efectiva”.

El concepto de empleo de equilibrio entra entonces en la ecuación. Denota un equilibrio establecido por el volumen de la oferta, la propensión al consumo y el alcance de las nuevas inversiones. Pero aquí está el giro: hay un tope para este equilibrio, que se produce cuando los salarios reales pagados igualan el malestar percibido por los trabajadores al trabajar.

Este punto de vista keynesiano contrasta fuertemente con la teoría clásica que promueve el máximo empleo mediante la competencia. Sostiene que el aumento del empleo no siempre puede desencadenar un auge de la inversión lo suficientemente grande como para salvar la diferencia entre el precio de la oferta y los ingresos esperados del gasto de los consumidores. En términos más sencillos, el aumento del empleo puede no producir la mejora económica prevista.

Esta es la clave: El nivel de empleo no sólo está influido por cómo se siente la gente respecto al trabajo. También está impulsado por la propensión al consumo y la velocidad de las nuevas inversiones.

Curiosamente, las comunidades más ricas pueden ser testigos de una mayor brecha entre su producción real y la potencial. ¿Por qué? No consumen tanto de su producción y buscan constantemente más oportunidades de inversión para mantener el pleno empleo. ¿Y si se les acaban esas oportunidades? Puede que tengan que reducir su producción para igualar sus bajos niveles de consumo e inversión.

En pocas palabras, esta teoría subraya la importancia de tres componentes: comprender nuestras tendencias de consumo, desentrañar la eficiencia del capital e interpretar los tipos de interés. Si los dominamos, podremos comprender mejor cómo encajan los precios en la narrativa económica más amplia.

El baile entre la inversión y el empleo

Adentrémonos en la apasionante danza de las decisiones de inversión y su impacto en el empleo.

En el epicentro de esta narrativa, dos conceptos seminales ocupan el centro del escenario: la Propensión Marginal al Consumo (o PMC) y el escurridizo Multiplicador económico. Éstos actúan como protagonista y antagonista en la fascinante historia de la dinámica de la inversión y el empleo.

Imagina la MPC como una vidente psíquica, que adivina cómo repartirá la sociedad la próxima ración de prosperidad económica entre el consumo y la inversión. Se trata esencialmente del pulso de las tendencias de consumo de una comunidad. Supongamos que una sociedad gasta nueve de cada diez dólares extra que gana: eso indica un CPM alto. En tal caso, el efecto multiplicador -el efecto posterior que pronostica el aumento total de los ingresos por un aumento de la inversión- también aumenta.

Este multiplicador tiene un hermano: el multiplicador del empleo. Mide el repunte del empleo total en respuesta a un aumento del empleo relacionado con la inversión. Sin embargo, estos dos no siempre marchan en sincronía debido a las posibles disparidades entre las distintas industrias.

La trama se complica cuando la gente no modifica sus hábitos de consumo a pesar de un aumento de los ingresos. Esta situación sólo reflejaría el aumento del empleo directo derivado de la expansión de la inversión, como las obras públicas. Pero, si la gente derrocha todos sus ingresos adicionales, es como pinchar al dragón de la inflación ilimitada de los precios, un monstruo que nadie quiere despertar.

La narrativa da un giro fascinante cuando el valor de la CPM es casi uno. Incluso ajustes marginales en la inversión pueden desencadenar enormes oscilaciones en el empleo. Un pequeño impulso de la inversión podría bastar para alcanzar el pleno empleo. Por el contrario, si el CPM es ligeramente superior a cero, pequeñas fluctuaciones de la inversión crearán pequeñas ondulaciones en el empleo, pero alcanzar el pleno empleo podría requerir un empuje considerable de la inversión.

Veamos estas interacciones en el mundo real tomando como ejemplo las obras públicas: proyectos a gran escala financiados por el Estado. Supongamos que un gobierno emplea a 100.000 nuevos trabajadores con un multiplicador de 4. Parece que el empleo se catapultaría en 400.000, ¿verdad? ¡Error! Diferentes elementos pueden aumentar o atenuar el impacto.

Por ejemplo, el método de financiación de la nueva política podría provocar un aumento de los tipos de interés, frenando otras inversiones. El programa del gobierno podría influir en la confianza, afectando potencialmente a la eficiencia del capital. En una economía global, algunos de los beneficios del aumento de la inversión podrían filtrarse a otros países, modificando los efectos sobre el empleo nacional.

Al dispararse el empleo, la gente podría optar por gastar menos de sus ingresos extra. Otros factores, como el aumento de los ingresos de los empresarios o un descenso del ahorro negativo vinculado al reempleo, también podrían modificar el CPM.

La escala de la inversión también influye en el efecto multiplicador: en general, tiende a ser mayor para los aumentos menores de la inversión que para los mayores. Para las alteraciones importantes, hay que considerar el multiplicador medio en el intervalo en cuestión.

En esencia, incluso las fluctuaciones menores de la inversión pueden desencadenar cambios considerables en el empleo y la renta, gracias a la magia del principio multiplicador. Esto pone de relieve que comprender la intrincada coreografía de la inversión, el consumo y el empleo es crucial para tomar decisiones políticas inteligentes y realizar proyecciones precisas.

Curiosamente, incluso acciones como enterrar dinero en viejas minas de carbón y contratar a gente para desenterrarlo pueden reactivar la economía aumentando el empleo y el consumo, sobre todo en periodos de alto desempleo. Pero, como subraya Keynes, si hay formas menos “despilfarradoras” de impulsar el empleo -como construir casas-, hay que darles prioridad. Así que, aunque parezca contrario a la intuición, incluso el gasto aparentemente inútil puede realizar un juego de manos económico, enriqueciendo a una comunidad al impulsar el empleo y el consumo.

Comprender el frágil equilibrio entre inversión, consumo y empleo no sólo es vital para los economistas y los responsables políticos; también es esencial para que todos naveguemos mejor por nuestro complejo mundo.

La racionalidad no siempre está presente en las decisiones de inversión

Concluyamos nuestro debate destacando el papel de las convenciones en el comportamiento económico.

En primer lugar, examinemos cómo formamos nuestras expectativas sobre el futuro. Tendemos a dar prioridad a aquello en lo que confiamos, aunque no se aplique directamente a la situación actual. Por tanto, nuestra situación actual moldea nuestras expectativas futuras. Por ejemplo, cuando prevemos cambios importantes en el horizonte pero carecemos de detalles concretos, nuestra confianza puede flaquear.

A continuación, exploremos la influencia de la confianza en la economía, sobre todo en la rentabilidad de las inversiones. La confianza moldea la forma en que tomamos decisiones de inversión. Predecir los beneficios futuros de las inversiones no siempre es una apuesta segura. Piensa en un ferrocarril o en una mina de cobre. ¿Puedes predecir con exactitud lo que producirán dentro de una década? Probablemente no. Es esencialmente una tirada de dados.

En los viejos tiempos del capitalismo industrial del siglo XIX, los negocios eran una mezcla de habilidad y azar. Las inversiones a menudo parecían apuestas, impulsadas más por la ambición y la intuición que por los cálculos. Hoy, las cosas han cambiado. Los mercados nos permiten reevaluar las inversiones y modificar nuestros compromisos según sea necesario. Es como si un agricultor decidiera cultivar según el tiempo del día. Sin embargo, este enfoque también puede influir en las nuevas inversiones, a veces no para mejor.

Aquí está el truco: nuestras evaluaciones de inversión dependen de una convención, un acuerdo para asumir que las cosas seguirán igual a menos que esperemos un cambio. Pero sabemos que la vida es impredecible. Esta convención ofrece cierta estabilidad, siempre que nos atengamos a ella. Las inversiones a corto plazo son más seguras, ya que podemos ajustarlas antes de que se produzcan cambios significativos.

La convención no es infalible y puede crear incertidumbre para las grandes inversiones. ¿Quién querría arriesgar grandes sumas cuando el futuro está nublado por el misterio?

Simultáneamente, se ha producido un descenso del conocimiento real debido al aumento de la propiedad por parte de individuos que ni gestionan ni comprenden las empresas en las que invierten. Esta tendencia erosiona la capacidad del mercado para tomar decisiones verdaderamente informadas.

Los inversores también tienden a reaccionar de forma exagerada ante las fluctuaciones temporales de los beneficios de las inversiones, que pueden no tener una influencia significativa en los resultados a largo plazo. Por ejemplo, las acciones de las empresas de fabricación de hielo pueden ser más valiosas en verano debido a sus elevados beneficios, y el sistema ferroviario británico puede revalorizarse debido a un día festivo. Estos ejemplos ponen de manifiesto una tendencia irreal del mercado a reaccionar de forma exagerada ante circunstancias efímeras.

Las valoraciones del mercado también pueden oscilar drásticamente debido a la psicología de masas, a menudo impulsadas por factores que no afectan significativamente al rendimiento esperado. Estas oscilaciones pueden crear oleadas de optimismo y pesimismo que no están ancladas en cálculos concretos de inversión.

En lugar de rectificar las imprecisiones del mercado, los inversores profesionales suelen centrarse en anticipar los cambios de valoración a corto plazo, alimentando la misma dinámica psicológica que el público en general. Keynes critica este comportamiento, argumentando que la inversión cualificada debería tener como objetivo sortear las incertidumbres futuras, en lugar de limitarse a ser más astuto que los demás en el mercado.

Keynes concluye discutiendo la compleja danza entre el sentimiento de los inversores, las instituciones crediticias y la salud general del mercado, destacando la necesidad de un delicado equilibrio entre especulación y empresa, y el papel del optimismo espontáneo. Nos deja con una palabra de advertencia: las actividades económicas, al ser esfuerzos intrínsecamente humanos, suelen estar impulsadas por algo más que simples números.

Conclusiones

La teoría de la demanda efectiva de Keynes sugiere que los niveles de empleo se ven influidos no sólo por las preferencias de los trabajadores, sino también por las pautas de consumo de la sociedad, las nuevas tasas de inversión y los complejos multiplicadores económicos. Subraya que incluso el gasto aparentemente despilfarrador puede encender el crecimiento económico aumentando el empleo y el consumo.