Cuando el capital social sofoca la innovación
por Richard Florida, Robert Cushing, Gary Gates
Las nociones sobre la innovación han sufrido un cambio radical en la última década. Mientras que antes adoptábamos la idea del científico o emprendedor solitario y la inspiración divina, ahora vemos redes de personas creativas que colaboran en los innumerables pasos desde la lluvia de ideas hasta el producto final. Esta nueva comprensión se ha alineado perfectamente con el concepto emergente de capital social, la idea de que las redes sociales sólidas (comunidades estrechas sujetas a normas compartidas, confianza y reciprocidad) mejoran la cooperación y la productividad. Según la teoría, cuando las personas pertenecen a comunidades con altos niveles de capital social, están mucho más dispuestas a trabajar juntas y a correr riesgos con ideas arriesgadas. De ello se deduce que un alto capital social impulsaría la innovación.
Sin embargo, nuestros estudios sobre la innovación regional y el desarrollo económico muestran justo lo contrario. En proyectos de investigación independientes en curso, analizamos cientos de áreas metropolitanas de los Estados Unidos y comparamos los niveles de capital social y los niveles de innovación (medidos por la intensidad tecnológica y el número de patentes solicitadas). Descubrimos que las áreas con niveles bajos de innovación, como Bismarck (Dakota del Norte), Birmingham (Alabama) y Cleveland, obtuvieron puntajes altos en capital social. Por el contrario, las áreas a las que les fue bien en materia de innovación (Seattle, Boulder (Colorado) y el área de la bahía de San Francisco, tendían a tener niveles de capital social por debajo de la media.
¿Por qué? Las investigaciones han demostrado que comparar los beneficios que crean los lazos fuertes es otra dinámica. Las relaciones pueden fortalecerse tanto que la comunidad se deja llevar por la autocomplacencia y se aísla de la información y los desafíos externos. Los lazos fuertes también pueden promover el tipo de conformidad que socava la innovación. Los lazos débiles, por otro lado, permiten un nivel básico de intercambio de información y colaboración, al tiempo que permiten que los recién llegados con ideas diferentes sean aceptados rápidamente en la red social. Por lo tanto, cabe esperar que los grupos sociales con vínculos débiles fomenten el pensamiento innovador.
Este hallazgo tiene implicaciones en el lugar donde las empresas ubican sus operaciones. Descubrimos que dos índices aparentemente no relacionados son excelentes predictores del nivel de actividad innovadora de una región. La primera evalúa la tolerancia social y la diversidad de una zona estimando su proporción de parejas homosexuales en la población, el llamado índice gay. El segundo, el índice de bohemia, mide la actividad cultural determinando la proporción de artistas como músicos, diseñadores, escritores, actores, fotógrafos y bailarines en la fuerza laboral. Es probable que las regiones que ocupan un lugar destacado en los índices de gays y bohemios tengan los lazos sociales más débiles que promueven la innovación. De las 206 regiones que medimos, San Francisco, Seattle y Washington DC figuran entre las diez mejores de los índices de bohemios y gays, así como en uno de nuestros indicadores clave de actividad innovadora.
Cada vez más, las personas creativas eligen no vivir en lugares con un alto capital social. En cambio, están acudiendo a entornos con poco capital social, ciudades y ciudades universitarias donde pueden adaptarse rápidamente, pero aun así, otras personas desafían sus ideas, ya sea en los negocios o en las artes. Estos hallazgos también tienen implicaciones para fomentar la innovación en las empresas. Las empresas que fomentan la diversidad y la apertura a nivel interno, incluso a costa de un poco de cohesión, podrían tener mejores resultados a la hora de atraer a empleados creativos y con talento y fomentar la colaboración innovadora.
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