El desastre que podría salvar a Japón
por Richard Hornik
Muchos economistas han señalado que la magnitud de los daños causados por el terremoto y el tsunami del viernes pasado en el noreste de Japón probablemente impulsen el crecimiento económico en ese país a medio plazo. El enorme esfuerzo que se necesitará para limpiar y luego restaurar los pueblos y ciudades devastados que se extienden hacia el norte por la costa desde Tokio generará decenas de miles de millones de dólares en demanda adicional para una economía que ha estado cayendo y saliendo de la recesión durante los últimos 20 años.
Se produjo un efecto similar justo después del terremoto de Kobe de 1995, pero el estímulo resultante se disipó rápidamente. Entonces, ¿qué podría ser diferente esta vez más allá de la magnitud de la destrucción? La insistencia de Japón en la autosuficiencia.
A pesar de las más de 6 000 muertes y más de 100 000 millones de dólares en daños causados por el gran terremoto de Hanshin de hace 16 años, el gobierno japonés rechazó casi todas las ofertas de ayuda. Esta vez, la devastación es tan abrumadora que el gobierno actual ha dejado de lado —al menos inicialmente— la errónea creencia de que tiene que hacerlo todo por sí mismo.
En los últimos 20 años, Japón ha pasado de ser una potencia económica que parecía estar al borde de la dominación mundial (¿alguien recuerda a Japón como el número uno?) a una economía estancada que el año pasado se vio eclipsada en la producción económica por parte de China. Gran parte de esta disminución se puede atribuir a la demografía. En 2006, la población de Japón alcanzó un máximo de 127 millones y ha disminuido cada año desde entonces. En 2010, hubo 7,41 nacimientos por cada 100 000 habitantes, más que compensados por 9,54 muertes por cada 100 000 habitantes. Ha demostrado que es casi imposible estimular una economía compuesta por una población que se reduce y envejece.
Muchos países desarrollados se enfrentan a estos desafíos demográficos, pero la mayoría ha permitido que la inmigración mitigue algunos de los efectos. Japón no. Incluso los extranjeros de ascendencia japonesa, como los japoneses brasileños, o Dekasegi, les resulta difícil inmigrar y a los que vienen a Japón rara vez se les concede el estatus permanente.
El éxito de Japón en la posguerra se basó en su capacidad de aprovechar las oportunidades que ofrecía una rápida reapertura de la economía mundial, pero se ha estancado en los últimos 20 años porque se negó a abrir su propia economía y sociedad al mundo exterior. Las monumentales tareas de limpiar los escombros de los cataclismos del viernes pasado y luego reconstruirlos bien podrían obligar a Japón a abrirse hasta un punto que hace una semana habría parecido imposible. El consiguiente estímulo económico y creativo que se generaría podría marcar al menos un punto de inflexión temporal en el largo declive de Japón.
Richard Hornik, editor colaborador de HBR, es profesor en la Universidad de Stony Brook y un consultor editorial especializado en temas empresariales y económicos globales. Fue jefe de la oficina de Time en Beijing y editor ejecutivo de AsiaWeek.
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