El impacto económico de los desastres japoneses
por W. Carl Kester
El sufrimiento humano es sin duda nuestra principal preocupación inmediatamente después de la tragedia del 11 de marzo en Japón. Pero aun cuando nos centremos en las necesidades humanas inmediatas, no podemos evitar reconocer (y hacer frente) a la larga sombra económica que proyecta este desastre.
El impacto directo en la actividad económica real en todo el mundo ya se está sintiendo. La destrucción seguramente le costará a Japón muchas veces los 132 000 millones de dólares que causó el terremoto de Kobe de 1995, lo que lo convierte en uno de los desastres naturales más costosos de Japón. Las interrupciones en el transporte y el cierre de muchas fábricas en Japón reducirán la demanda agregada japonesa y generarán disrupciones en las cadenas de suministro en todo el mundo. Los analistas ya han reducido las tasas de crecimiento del PIB previstas para Japón en un 0,5% para el primer trimestre de este año y en más del 1,5% para el segundo trimestre.
Las consecuencias financieras son igual de alarmantes. La media bursátil Nikkei 225 cayó un 6,2% al cierre del mercado del lunes (14 de marzo), borrando más de 300 000 millones de dólares de su valor bursátil y perdió otro 10,6% el martes. No se trata simplemente de pérdidas «en papel». La caída representa una pérdida significativa de riqueza que podría desatar nuevas presiones deflacionarias: un fenómeno que la economía japonesa, intermitente y intermitente, ha estado luchando durante casi dos décadas.
Los responsables de la política económica de Japón están siendo puestos a prueba una vez más. Inundar los mercados monetarios el domingo (13 de marzo) con 15 billones de yenes (unos 183 000 millones de dólares) fue un primer paso sensato del Banco de Japón, pero el verdadero desafío está por venir. Al gobierno del primer ministro Naoko Kan, aún joven y que lucha por conseguir el apoyo público, le queda la tarea de diseñar una respuesta fiscal adecuada. Parece que se necesitan planes de recuperación audaces, pero la forma en que se financie esa respuesta es muy importante para el futuro económico de Japón. Dado que los déficits públicos equivalen al 10% del PIB y la deuda nacional al 200% del PIB, sería imprudente financiar el plan de recuperación con aún más deuda pública. Si Japón pierde su calificación de deuda soberana AA, la confianza en la economía y el gobierno del país podría caer en picado debilitándose. Un curso de acción más seguro, aunque menos popular, sería volver a priorizar los gastos dentro del presupuesto actual para cubrir la mayor parte de los costes del plan de recuperación.
Japón suele dar lo mejor de sí mismo en tiempos de crisis, dejando de lado las diferencias internas y respondiendo con niveles inspiradores de eficiencia y abnegación. Esta crisis no será diferente en lo que respecta a su respuesta a las necesidades humanitarias. Esperemos que la respuesta económica a largo plazo también se ejecute de manera que se evite que se desencadene otra ronda de fuerzas deflacionarias. Lamentablemente, esta vez hay poco margen de error.
William Carl Kester es George Fisher Baker Jr. Profesor de Administración de Empresas en la Escuela de Negocios de Harvard.
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