Ayúdate a ti mismo a ser mejor ayudante.
Ayudar a los demás es una de las actividades humanas más fundamentales. Toda nuestra civilización se basa en ello. Estamos unidos, como por una larga cadena de manos, por las formas en que nos ofrecemos ayuda unos a otros. Una madre da de comer a su hijo, un albañil pasa una herramienta a su compañero de trabajo, una terapeuta ayuda a su paciente.
¿Por qué?
¿Pero por qué sale mal tan a menudo? ¿Cómo es posible que el hombre que intenta rescatar una casa en llamas sea demandado por daños y perjuicios? ¿Por qué los pacientes se enfadan con sus médicos? ¿Por qué la colaboración en el lugar de trabajo está a veces cargada de tensiones? A menudo se nos pide que ayudemos en nuestra vida cotidiana, y la experiencia puede ser insatisfactoria tanto para el que ayuda como para el que recibe la ayuda.
A lo largo del siguiente resumen, exploraremos cómo nuestras dinámicas sociales y psicológicas pueden ser un obstáculo para unas relaciones de ayuda sanas y las formas en que podemos ser mejores ayudantes.
En el siguiente resumen, exploraremos cómo nuestras dinámicas sociales y psicológicas pueden ser un obstáculo para unas relaciones de ayuda sanas y las formas en que podemos ser mejores ayudantes.
En este resumen, aprenderás
- que nuestras relaciones más cercanas pueden ser como transacciones económicas;y
- por qué una indagación humilde es la mejor manera de empezar a ayudar a alguien.
- Cómo responder a una pregunta de orientación
Ayudar es intrínseco a la sociedad humana, y no siempre lo reconocemos.
Imagina un equipo de fútbol en plena forma, desde sus delanteros hasta sus defensas centrales. Para ganar el partido, todo depende de que cada miembro del equipo ayude con éxito a los demás jugadores. Si la ayuda no se presta con rapidez, el delantero será placado antes de que pueda chutar, el centrocampista ofensivo no tendrá a nadie a quien pasar y el portero será vulnerable.
Igual que en un partido de fútbol, ayudar es intrínseco a muchos aspectos de nuestras vidas. De hecho, está tan arraigada en nuestra vida cotidiana que tendemos a olvidar lo importante que es. Piensa en tu lugar de trabajo. Si no pudieras confiar en recibir ayuda de tus compañeros cuando la necesitas, o ellos de ti, probablemente no podrías lograr gran cosa.
Por tanto, ¿cómo podemos ayudar a los demás?
Entonces, ¿cómo nos ayudamos mutuamente?
Miremos a los supervisores y subordinados en un entorno laboral. Para conseguir un objetivo en el trabajo -terminar un proyecto o mejorar las ventas, por ejemplo- el jefe y sus subordinados dependen de la ayuda mutua. Celebran una especie de contrato psicológico. Esto se nota más claramente cuando una de las partes no presta suficiente ayuda y las tensiones estallan. A todos nos han echado la bronca cuando no hemos aportado lo suficiente y se acerca la fecha límite del grupo.
El pegamento mismo de nuestra sociedad se basa en la ayuda mutua. Piensa en todas las situaciones en las que la gente presta ayuda. Puede ser el desconocido que ofrece indicaciones a los mochileros que van dando tumbos a ciegas por una ciudad extranjera, el buen amigo que te proporciona una palabra que tienes en la punta de la lengua o el operador de la línea de ayuda al suicida que aconseja a alguien en grave peligro.
Nuestras vidas se definen por la ayuda mutua.
Nuestras vidas se definen por estas relaciones recíprocas vitales, sin las cuales no hay familia, ni trabajo, ni juegos, ni sociedad o civilización de la que hablar.
La ayuda puede dividirse en tres categorías básicas.
¿Qué une a un médico que atiende un parto con un abogado de divorcios? ¿Qué une a alguien que salva una vida en la piscina con el nieto que hace un favor a su anciana abuela? Averigüémoslo examinando los tres tipos de ayuda.
La primera de estas categorías es la ayuda informal. Esta forma de ayuda es la más común y abarca todos los comportamientos rutinarios de cooperación, colaboración y alturismo de nuestras vidas. Se da por sentada como base de la sociedad civilizada. La madre que ayuda a su hijo a atarse los cordones de los zapatos, el comprador que levanta una lata de tomates de la estantería superior para una persona mayor o el socorrista que realiza la reanimación cardiopulmonar en el lugar de un accidente son ejemplos de ayuda informal.
A continuación, viene la ayuda semiformal. Buscamos ayuda semiformal cuando necesitamos ayuda con nuestras casas, coches, ordenadores y otras áreas que requieren soluciones técnicas complicadas. A diferencia de la ayuda informal, su prima semiformal suele consistir en pagar a alguien para que nos ayude con una pequeña tarea técnica, como llamar a una línea de atención telefónica para que nos ayuden a arreglar la pantalla congelada de un PC, o a un banco para que nos ayude a abrir una cuenta.
Por último, la ayuda semiformal es la que nos ayuda a encontrar un trabajo.
Por último, está la ayuda formal. Este tipo de ayuda es más arriesgada que la ayuda semiformal e implica la asistencia jurídica o médica de profesionales altamente cualificados y formados. La mujer embarazada que necesita la experiencia de un obstetra, o la empresa que contrata a un consultor de gestión para que la asesore, son ejemplos de búsqueda de ayuda formal.
La mayoría de los libros sobre “ayuda” tratan sobre la ayuda formal, pero necesitamos ayuda informal y semiformal con mucha más frecuencia a lo largo de nuestra vida. Por ejemplo, es más habitual pedir consejo a un amigo sobre una relación que contratar a un gestor de patrimonio, pero gran parte de nuestra atención crítica se centra en este último.
Así pues, aunque la mayoría de los libros sobre “ayuda” tratan sobre la ayuda informal y semiformal, la mayoría de los libros sobre “ayuda” tratan sobre la ayuda formal.
Así que, aunque la mayor parte de lo que se ha escrito sobre el tema se refiere a la ayuda formal, es la ayuda informal y semiformal la que da más forma a nuestras vidas. Y a menudo es en estos ámbitos donde luchamos por formar las mejores relaciones de ayuda.
Las relaciones humanas se parecen mucho a la economía, incluso cuando nos ayudamos mutuamente.
No nos gusta admitirlo ante nosotros mismos, pero sabemos que muchas de nuestras relaciones sociales giran en torno a un sencillo mantra: “si tú me rascas la espalda, yo te rascaré la tuya”. La naturaleza de dar y recibir a veces puede parecer transaccional.
De hecho, podemos ver hasta qué punto nuestras relaciones sociales reflejan la lógica de la economía observando algunas expresiones comunes de la lengua inglesa. Presentamos nuestros respetos y prestamos atención. Hablamos del “pago” cuando algo sale bien. Y se nos “debe” la cortesía de una respuesta. Del mismo modo, pueden “venderte caro” si te engañan para que hagas algo que no querías hacer. Puedes “malvenderte” si no te haces justicia en una entrevista.
La economía está profundamente arraigada en nuestra vida cotidiana. Esperamos tener interacciones sociales “equitativas” con nuestros seres queridos, colegas y personas con las que nos cruzamos de pasada; esperamos un “intercambio” justo. Por ejemplo, cuando decidimos compartir un problema personal con un buen amigo, esperamos que nos escuche atentamente y nos tome en serio. Del mismo modo, cuando le decimos a nuestro amigo que tenemos algo importante que contarle, esperamos que su atención se vea recompensada con nuestra sinceridad. No sería un intercambio “equitativo” si tu amigo simplemente bostezara y se levantara de la mesa o, lo que es lo mismo, si después de solicitar su atención, decidieras cambiar bruscamente de tema.
Cuidado con la conversación.
Aunque suene contraintuitivo, ayudar también se parece a un intercambio económico. Considera la dinámica en juego en el siguiente escenario. Si ofrecieras dinero a una persona sin hogar para que pudiera comprarse comida, podrías esperar algún tipo de agradecimiento, aunque sólo fuera una inclinación de cabeza. Y si no reconocieran en absoluto tu ayuda, todo el equilibrio de la “relación de ayuda” se habría alterado. Por tanto, sería necesario “compensar” tu pérdida de prestigio, ya sea consolándote con tu valía moral o criticando a la persona sin hogar. Podrías tranquilizarte diciéndote que eres una buena persona por actuar tan caritativamente o pensar amargamente que el indigente es un desgraciado desagradecido.
Para entender cómo funcionan las relaciones de ayuda, tenemos que reconocer la dinámica recíproca de la sociedad humana. Esta dinámica facilita mucho las cosas a la hora de dar o recibir ayuda. A continuación, veamos en qué se parece la ayuda al mundo del teatro.
Las relaciones humanas se parecen mucho al teatro, incluso cuando nos ayudamos unos a otros.
“En el drama cotidiano de la vida representamos nuestros papeles de tal manera que se conserven nuestro rostro y el de los demás”
“Todo el mundo es un escenario”, como dijo Shakespeare. Y la mitad del tiempo, todos nos sentimos actores, tontos y bufones.
Esto también se revela en la lengua inglesa. Por ejemplo, incluso cuando estamos muy lejos del teatro, podemos comentar que alguien “hizo una gran actuación”. También se nos dice que “nos pongamos las pilas” o que no estamos “actuando como siempre”. A veces incluso hablamos de nuestro entorno como si fuera el escenario. Anhelamos un “cambio de escenario” o nos preguntamos qué está “pasando entre bastidores”.
Además, los “papeles” teatrales que representamos existen en el contexto de una jerarquía social. Cuando somos niños, por ejemplo, aprendemos rápidamente a actuar con deferencia hacia nuestros padres y profesores. Luego, de adultos, aprendemos qué tipo de comportamiento se nos exige para mantener la autoridad, ya se trate de padres, profesores o jefes.
Como subordinados, aprendemos a inclinar la cabeza y adoptar una postura de escucha, mientras que como superiores, adoptamos un tono de voz autoritario. Incluso nuestra vestimenta indica el tipo de papel que desempeñamos: los subordinados suelen llevar un atuendo más informal en la oficina, mientras que los gerentes se distinguen con un traje elegante o un traje de negocios.
Como todo lo demás, ayudar también es un tipo de actuación. Cuando prestamos o pedimos ayuda, necesariamente adoptamos papeles que se asemejan a una representación coreografiada. Por ejemplo, cuando entras en una gasolinera con cara de perplejidad, el dependiente pronunciará la frase habitual de los dependientes de todo el mundo: “¿Puedo ayudarle?” Mantendrán el comportamiento neutro pero servicial que les es familiar. Luego, cuando aceptemos una ayuda más detallada -de un abogado o un consejero, por ejemplo-, el ayudante no se apartará de las cuidadosas normas y etiqueta de las personas de esas profesiones.
Si se estandariza la conducta de los ayudantes y se les da la oportunidad de ayudar a los demás, el ayudante no se apartará de la norma.
Al normalizar los papeles de ayudante y cliente, creamos un marco en el que ambos pueden “mantener la cara”. La dinámica social, que implica que el ayudante tiene una ventaja temporal sobre el cliente, se gestiona cuidadosamente cuando desempeñamos estos papeles.
Estas son las reglas culturales de nuestra sociedad. Debemos desempeñar nuestros papeles adecuadamente, de forma complementaria, para que dar y recibir ayuda sea un placer y no una tarea.
Ayudar -y recibir ayuda- puede ser problemático.
Pensarías que ayudar es lo más fácil del mundo, pero al igual que ocurre con muchos otros aspectos de nuestras vidas, pedir ayuda no siempre es tan sencillo como parece.
Para empezar, recibir ayuda es una tarea difícil.
Para empezar, recibir ayuda puede parecer una pérdida de estatus. Piensa en el estereotipo masculino de que los hombres de verdad no piden ayuda, sino que se las arreglan solos. Revela la profunda ansiedad que mucha gente siente al pedir ayuda, especialmente los hombres de los países occidentales dentro de una cultura laboral competitiva.
De hecho, a menudo ocurre que la gente se siente “uno menos” cuando pide ayuda. El autor cuenta una ocasión en la que trabajaba como consultor para un grupo de ejecutivos europeos. Cuando se encontró con ellos en el comedor de ejecutivos, descubrió que no le dirigían la mirada. Preguntó a un colega a qué se debía y se enteró de que le ignoraban para guardar las apariencias, porque se avergonzaban de haber solicitado siquiera una consulta. Pensaban que eso debilitaría su estatus ante los demás ejecutivos.
A la inversa, ayudar transfiere estatus al que ayuda, y esto puede ser igualmente contraproducente. Es muy difícil decir “no sé cómo ayudar” porque cuando ayudamos a la gente nos sentimos con poder. Es difícil rechazar la sensación de superioridad que nos otorga ayudar.
Por ejemplo, si te piden que resuelvas una avería informática y no sabes cómo hacerlo, puede ser tentador intentar arreglarlo de todos modos. Por supuesto, si careces de los conocimientos necesarios, ¡puedes acabar empeorando las cosas! Como ayudar abre la posibilidad de un encuentro social que aumenta el ego, es difícil decir que no, incluso cuando nuestra ayuda puede ser peor que inútil.
Mucho de lo que sale mal al ayudar se debe a este desequilibrio de estatus. Cuando pedimos ayuda y nos sentimos impotentes, puede que no nos comuniquemos adecuadamente con quienes nos ayudan. En lugar de actuar en armonía con nuestro ayudante, nos ponemos irritables, nos resistimos y parecemos desagradecidos. Por otra parte, si prestamos ayuda y no recibimos gratitud porque el cliente se siente uno menos y a la defensiva, nos ofendemos.
Todos los problemas relacionados con la ayuda comienzan con este desequilibrio entre ayudante y cliente. Reconocerlo es el primer paso crucial para superar los obstáculos que impiden una relación de ayuda sana. En el siguiente resumen, veremos las distintas formas en que complicamos la relación de ayuda desde la posición del cliente.
Como receptores de ayuda, hay distintas formas en que complicamos o dificultamos el proceso de ayuda.
Quizá hayas oído la frase “no se ayuda a sí mismo” al referirte a alguien inmerso en una espiral autodestructiva. Sin embargo, ¿qué significa eso con más detalle?
En primer lugar, a veces no revelamos todo el alcance de nuestro problema. Piensa en el cónyuge que se pone a menudo ante el espejo del dormitorio y pregunta a su mujer si la ropa le sigue sentando bien. Más que su sentido de la moda, su verdadera ansiedad podría ser el peso que ha engordado. Del mismo modo, cuando el gerente de una empresa pide ayuda para formar un equipo, su verdadero problema podría ser que ha perdido la fe en sus subordinados, pero no puede afrontarlo.
A veces incluso atacamos al ayudante. Hay ocasiones en las que podemos ridiculizar a los que prestan ayuda, porque nos sentimos impotentes y queremos restablecer el equilibrio. Un buen ejemplo de ello es el paciente que se ríe en la cara de su consejero de forma exasperada: “¡Nada de lo que haces sirve de nada! Eres un inútil!”
Y hay veces en que tenemos ideas preconcebidas sobre las personas que nos ayudan. Podemos estereotiparlas, suponiendo que son como un mal profesor o un padre inútil de nuestro pasado. Naturalmente, esto nos impedirá responder a la ayuda prestada de forma productiva.
Otro problema es que podemos volvernos excesivamente dependientes de nuestro ayudante. Piensa en esas veces en las que has sido incapaz de resolver una dificultad, y luego has encontrado a alguien que sí puede. Ya sea para ayudarte con una dirección o para conseguir un préstamo bancario, tu primera reacción suele ser derrumbarte de gratitud y alivio. Y olvidarás que, para resolver el problema, puede que tengas que actuar tú mismo en lugar de transferir toda la carga a la persona que te ayuda. Por ejemplo, cuando nos recuperamos en el hospital de una enfermedad grave, debemos aprender a levantarnos de la cama, ir al baño y vestirnos solos. Depender demasiado de las enfermeras significa que no somos capaces de desarrollar nuestras fuerzas. En otras palabras, depender demasiado de la ayuda de los demás significa que no somos capaces de ayudarnos a nosotros mismos tanto como deberíamos.
Entonces, ¿qué podemos aprender aquí? Aunque la responsabilidad de proporcionar la mejor ayuda posible recae en el ayudante, como clientes podemos “engrasar los engranajes”, por así decirlo, siendo sensibles a las muchas formas en que frustramos el proceso de ayuda.
Como ayudantes, a veces podemos ser muy poco útiles.
Todos hemos oído la frase “a veces hay que ser cruel para ser amable”. Es lo que nos dicen cuando ayudar a alguien en el sentido habitual sería contraproducente. Pero hay otras formas en las que nuestra voluntad de ayudar también puede hacer retroceder a la gente.
Cuando estás demasiado ansioso por ayudar a alguien, es posible que no veas el alcance de su problema o incluso que lo identifiques erróneamente por completo. Esto se debe a que las personas que solicitan ayuda pueden estar tanteando el terreno y ocultando una dificultad más grave para la que realmente necesitan ayuda. Por ejemplo, si tu hijo te pide ayuda con los deberes, podría significar que te lanzas inmediatamente a ayudarle sin pensártelo dos veces. Pero si sigue emocionalmente angustiado después de que le hayas ayudado, podría ser que el problema no fueran los deberes, sino algo más grave, como el acoso en el colegio, que está ocultando.
En situaciones como ésta, es posible que tu hijo te pida que le ayudes a hacer los deberes.
En situaciones como ésta, es importante que no nos centremos en satisfacer nuestro propio afán de ayudar, sino que tratemos de identificar los problemas subyacentes que realmente requieren nuestra ayuda.
Otra forma de ayudar a un niño a superar sus dificultades es ayudar a su madre.
Otra forma en la que podemos ser involuntariamente poco útiles es cuando presionamos a la gente para que acepte nuestra ayuda. Hay veces en que, aunque alguien nos pida ayuda y estemos seguros de que nuestro consejo o ayuda práctica es lo que necesita, en realidad empeorará las cosas. Y como la persona que solicita ayuda no quiere ofender, nos dejará continuar a pesar de todo. Por ejemplo, la gente puede dejar que un amigo le dé un masaje improvisado cuando se queja de tortícolis, pero es demasiado educada para decirlo cuando el masajista aficionado lo empeora.
Y a la inversa, la gente puede dejar que le demos un masaje improvisado cuando se queja de tortícolis.
Y a la inversa, a veces somos demasiado reticentes a la hora de prestar ayuda. Hay ocasiones en las que nuestra falta de voluntad para inmiscuirnos en las dificultades de alguien puede ser un verdadero problema. Nos andamos con pies de plomo, procuramos no herir la sensibilidad de nadie y evitamos preguntarle si necesita ayuda. Esto ocurre más a menudo en circunstancias profesionales. Por ejemplo, el supervisor de un doctorado podría suponer que su candidato -que, aunque inteligente y maduro, parece tener dificultades- se ofendería por una simple sugerencia. Así que se abstienen y el problema se agrava.
Parece un campo de minas, ¿verdad? En las Conclusiones finales, vamos a ver la mejor manera de ayudar con más eficacia.
Para saber cómo ayudar a alguien, lo mejor es empezar con una humilde indagación.
A veces se nos recuerda que tenemos dos orejas y una boca. O dicho de otro modo, que sería mejor que escucháramos más y habláramos menos. Ayudar a la gente consiste en escuchar. Pero antes de escuchar, primero tenemos que hacer una indagación humilde.
Para evitar los malentendidos intrínsecos a la ayuda, lo mejor es primero preguntar. Como ya hemos visto, el problema que se nos presenta a menudo no es la historia completa. Preguntando con amplitud de miras podemos averiguar el resto.
Considera este escenario. Una mujer se te acerca y te pide indicaciones para llegar a una calle determinada, de forma agitada. En lugar de indicarle la calle, le preguntas amablemente adónde se dirige exactamente. Te dice que va a la gran juguetería a comprarle a su hija un regalo de cumpleaños tardío. Añade que es nueva en la zona. Sabiendo lo terrible que es el tráfico en esa carretera, sabes que sería mejor que se dirigiera a un aparcamiento cercano y luego fuera andando a la tienda. Con esta simple pregunta, eres más útil que si simplemente le dieras las indicaciones para llegar a la calle.
Otra de las funciones cruciales de esta indagación es poner al ayudante y al cliente en pie de igualdad. Por ejemplo, cuando un paciente debilitado de un hospital necesita ayuda para alcanzar su orinal, si nos comunicamos con humildad, podremos ayudarle con mayor eficacia. En lugar de darles órdenes de forma humillante, es mejor preguntarles si se sienten cómodos o preparados para dar el siguiente paso. Al intentar aliviar la pérdida de estatus, creamos una relación de ayuda que permite al paciente avanzar con más confianza.
Otro objetivo de la relación de ayuda es ayudar al paciente.
Otro objetivo de la indagación humilde es devolver la confianza a la persona que busca ayuda para que pueda empezar a ayudarse a sí misma. Por ejemplo, a un niño puede darle vergüenza decir a sus padres que no sabe atarse los cordones de los zapatos. Pero si se les devuelve la autoestima -quizás preguntándoles si saben que a todos nos cuesta atarnos los cordones al principio- puede que intenten hacer el nudo con más confianza.
¿Qué podemos deducir de esto? Pues que la gente suele ser reticente e insegura cuando pide ayuda. Para facilitar todo el proceso, tenemos que ser humildes y alentadores.
Conclusiones
El mensaje clave de estos resúmenes:
La dinámica social complica la forma en que nos ayudamos unos a otros. Cuando recibimos ayuda, sufrimos una pérdida de estatus y autoestima, mientras que prestar ayuda nos da ventaja de una forma que puede ser contraproducente. Para ayudar con éxito a los demás, debemos ser sensibles a estas dinámicas. Como ayudantes, lo mejor es informarse con humildad sobre los problemas que intentamos resolver.
Ayuda a los demás
Ayuda a los demás.
Consejos Accionables:
Ayuda a los demás:
Sigue comprobando si tu ayuda sigue siendo necesaria
Cuando estés ayudando a alguien, comprueba periódicamente si tu ayuda está resultando útil o no. No es necesario que exageres, pero es bueno mantener una línea de comunicación abierta. Así te asegurarás de prestar la ayuda adecuada y evitarás perder tiempo y energía en un esfuerzo inútil. ¿Ayudas a tu hijo con los deberes de matemáticas? Asegúrate de que es realmente necesario y de que no lo haces sólo para demostrar que aún puedes hacer divisiones largas.
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Qué leer a continuación: Candor radical, de Kim Scott
Como has aprendido, la mejor forma de ayudar a los demás es escuchar eficazmente sus preocupaciones y responder con fluidez. Éste es un consejo valioso para quienes ocupan puestos directivos: los mejores gerentes siempre saben cuándo aceptar consejos y cuándo dirigir.
Si buscas establecer un entorno de trabajo productivo y abierto para tus empleados, te recomendamos encarecidamente el resumen de Candor radical, de Kim Scott. Aquí encontrarás las herramientas para sacar lo mejor de todos los que están bajo tu supervisión y aprenderás a ser el tipo de jefe al que tus empleados se sentirán orgullosos de seguir.